El acuerdo con Rusia y el reparto de Ucrania

A simple vista, en relación a Europa y Ucrania, la política de Trump parece opuesta a la de Biden, pero en lo fundamental es complementaria.

Como planteamos en la declaración del Comité de Enlace al inicio de la guerra, el objetivo de EE-UU era enfrentar a Europa con Rusia para evitar que terminaran cerrando su confluencia en un bloque económico militar común. Y al mismo tiempo desgastar militarmente a Rusia, para debilitar su participación como aliada de China en una guerra contra EEUU.

Biden forzó la guerra en Ucrania para desgastar militar, económica y políticamente a Rusia y romper el bloque que se estaba formando entre Alemania (más Francia e Italia) con Rusia, que de concretarse hubiera sido otro competidor importante de la hegemonía mundial que EE-UU trata de mantener y afianzar. La consecuencia fue también el desgaste económico de Europa.

Ahora Trump, mediante la presión de los aranceles intenta subordinar completamente a Europa, dividiéndola entre países que se adaptan a su política y los que se oponen. La intención es reducir la porción que la Unión Europea ocupa en el mercado mundial, que al decir de Trump se formó para “fastidiar” a EE-UU. En esa línea, buscaba también imponer sus condiciones para el reparto de Ucrania y para definir con Putin el acuerdo de paz, sin la presencia de Europa o con su participación formal como “convidados de piedra”.

Dentro de este juego Zelensky era solo un peón, que ahora tiene como destino ser sacrificado en el altar de “la paz”. Este fue el motivo de la acalorada discusión frente a la prensa en el Salón Oval de la Casa Blanca, que convirtió la humillación a Zelensky en un show en vivo para la audiencia mundial. Esa fue la respuesta de Trump y su “joven maravilla” JD Vance, ante la “impertinencia” que condicionaba la firma de la entrega de las tierras raras ucranianas y otros recursos naturales (gas y petróleo) a la aceptación de garantías de seguridad, con el asentamiento en su territorio de tropas de la OTAN.

Varios países de Europa -sobre todo Francia y Reino Unido- todavía sostienen a Zelensky, e indudablemente fueron los inspiradores de su “desacato”, porque les sirve como punto de apoyo para entrar en la mesa de negociaciones. Es la batalla parcial por el reparto de Ucrania que se está desarrollando ahora.

Esta “batalla” parece estar siendo ganada por EEUU -lo que no sorprende- ya que finalmente Zelensky aceptó firmar un acuerdo que le entregaría la explotación de los recursos del subsuelo. Hay que recordar que Ucrania posee una amplia reserva de tierras raras, es decir, yacimientos de 21 de las 30 materias primas consideradas definidas como “críticas”. Entre ellas figuran el cobalto, el escandio, el grafito, el tantalio y el niobio. Minerales vitales para la actual tecnología industrial o militar que le permitirían a EEUU suplantar las provenientes de China, ahora suspendidas por la guerra de aranceles. 

Dado el arsenal nuclear que mantiene, nunca fue el objetivo de EE-UU ir a una guerra directa contra Rusia. Mantener el compromiso con la guerra en Ucrania hubiera sido muy peligroso porque la situación escalaba peligrosamente en esa dirección. Pero el objetivo principal de EE-UU no es Rusia, sino que es derrotar a la única potencia que puede disputarle el mercado mundial: China.

El acuerdo de paz en Ucrania que busca Trump es muy importante, pero es solo una pieza en la orientación estratégica general. Empieza por reconocer una realidad: que la guerra contra Rusia no daba para más. Sería muy costoso sostenerla para ambas partes. Trasladando la responsabilidad de mantener la seguridad de Ucrania a Europa, Trump chantajea a Putin para que acepte algunas condiciones, entre ellas, la más importante, mantener una posición de neutralidad, o por lo menos no intervenir directamente, en caso de una guerra de EE-UU con China.

Es probable que para ello haga concesiones importantes, como restablecer parcialmente la provisión de gas ruso -asociado a capitales yankis- a Europa, levantar las sanciones y hasta proponerle un acuerdo comercial, etc., además -por supuesto- de reconocerle la parte del territorio ucraniano que han ocupado.

A pesar de los anuncios de rearme que llevan más ruidos que nueces, “Europa” no puede reemplazar en este momento el potencial militar que EE-UU aportaba en la guerra de Ucrania. Por eso el primer ministro inglés Starmer, insiste en que ningún plan europeo se puede llevar adelante sin el acuerdo de EE-UU.

Pero Europa no se resigna a ser solo “convidada de piedra” en el acuerdo que tejen Trump y Putin. Para ello todavía sostiene a Zelensky para que siga siendo presidente de Ucrania, para que siga poniendo obstáculos al acuerdo definitivo, hasta que Europa reciba su parte y Zelensky obtenga garantías de un exilio seguro.

Al mismo tiempo Trump, utiliza la oposición europea y de Zelensky a entregar Crimea o la instalación de tropas de la OTAN en Ucrania como una carta más que pondrá sobre la mesa si le sirve de presión para conseguir sus objetivos en la negociación con Putin.

Lo que está claro es que nunca hubo una lucha por la autodeterminación de Ucrania, sino una guerra de desgaste de Rusia, en la que Zelensky actuó como peón de la OTAN.

En Medio Oriente todos están bajo amenaza

La “máxima presión” de Trump no se limita a los aranceles, ni está circunscripta a la guerra de Ucrania. Sus amenazas extremas también alcanzan a Hamás y al gobierno iraní. En el primer caso, Trump exige la liberación de todos los rehenes, sin que Israel cumpla su parte del acuerdo, que consistía primero en retirar todas las tropas sionistas de Gaza y establecer un acuerdo de paz “duradero”. Obviamente Hamás rechaza la pretensión de Trump, ya que, si entregara todos los rehenes, no tendría forma de obligar a Israel a cumplir. De entrada, dijimos que este era un acuerdo precario, forzado por la movilización de los familiares de los rehenes y la asunción de Trump con el discurso de que venía a frenar todas las guerras. Pero ahora tanto Netanyahu como Trump están dispuestos a retomar la ofensiva. Todos los acuerdos se pueden quebrar, siempre se pueden encontrar los argumentos para justificar. Que se mantengan o no es una cuestión de relación de fuerzas. Y por eso, Israel, con apoyo de EE-UU bombardea nuevamente Gaza y el sur del Líbano, mientras desde los portaviones ubicados en el golfo pérsico EE-UU ataca a los hutíes de Yemen.

Trump también amenazó a Irán sugiriendo podrían bombardear sus instalaciones de no llegar a un acuerdo acerca de su programa nuclear. Dijo que si no negocian EE-UU “haría algo” para impedir que tengan armas nucleares.

Tras un intercambio de declaraciones amenazantes se abrió una ronda de negociaciones entre representantes de EEUU e Irán.

Netanyahu acaba de echar más leña al fuego exigiendo que como resultado de las negociaciones Irán abandone todo tipo de programa nuclear, o sea una rendición incondicional, algo categóricamente rechazado por el gobierno iraní.

Sigue planteado el choque entre EEUU y China

Es algo evidente que la única potencia que está en condiciones de disputarle a EEUU la supremacía económica en el mercado mundial es China. Pero esta supremacía o hegemonía no se puede alcanzar exclusivamente en base a una competencia económica, o por una diferencia de productividad. La hegemonía en el mercado mundial no se consigue en las estadísticas de las agencias de calificación. Solo puede ocurrir por medio de la guerra.

“El capital financiero y los trusts no disminuyen, sino que aumentan las diferencias en el ritmo de crecimiento de las distintas partes de la economía mundial. Y una vez que ha cambiado la correlación de fuerzas, ¿que otro medio hay, bajo el capitalismo, para resolver las contradicciones si no es la fuerza?” …  “¿qué otro medio que no sea la guerra puede haber bajo el capitalismo para eliminar las discrepancias existentes entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la acumulación de capital, por una parte, y el reparto de las colonias y de las “esferas de influencia” entre el capital financiero, por otra?”  (Lenin)

EE-UU y China se dirigen a la guerra como dos planetas que giran en la misma orbita, pero en sentido contrario. Pero China no es lo suficientemente fuerte desde el punto de vista militar. Depende de su alianza con Rusia. Es por eso que EE-UU busca algún tipo de acuerdo con Rusia, a cambio de su neutralidad.

Como ya hemos planteado en anteriores artículos, es EE-UU el que está a la ofensiva, porque es el que tiene ventaja militar. Pero no puede esperar mucho tiempo, porque China se arma rápidamente y sus progresos tecnológicos pueden compensar las diferencias de volumen militar. Teniendo en cuenta que el tiempo corre en su contra, Trump ha comenzado a provocar a China mediante la presión arancelaria. El gobierno chino interpretó correctamente la dinámica de esta política:

 “Si lo que Estados Unidos quiere es una guerra, ya sea una guerra arancelaria, una guerra comercial o cualquier otro tipo de guerra, estamos dispuestos a luchar hasta el final”, dijo el vocero del Ministerio de Exteriores de China y aseguró que “cualquiera que ejerza la máxima presión sobre China está eligiendo a la persona equivocada y calculando mal”.

Estamos en una cuenta regresiva para una tercera guerra mundial. La política arancelaria agresiva de Trump no dará una solución ni a la situación interna norteamericana, ni a las contradicciones de una economía mundial que hace 17 años que está en un callejón sin salida. Por el contrario, la complicará, agravando las tendencias recesivas, que hasta ahora se fueron encubriendo por los gastos militares y el endeudamiento general. La confluencia de muchos capitales imperialistas para un mercado que se estrecha, no puede ser sostenida indefinidamente.

En esta situación sólo la revolución socialista puede evitar la guerra mundial. Grandes movilizaciones de masas y varios levantamientos obreros y populares sacuden frecuentemente la situación internacional, sobre todo después del estallido de la crisis en 2008. La crisis europea, que quedó atrapada en una mordaza entre EE-UU, Rusia y China, agravará la crisis social de las masas, y seguramente veremos más movilizaciones y huelgas, como la ocurrida hace pocas semanas atrás en Grecia. Hay que prepararse para intervenir en estas situaciones de ascenso de la lucha de clases, que no serán exclusivas del continente europeo. La crisis social también se agrava en Estados Unidos, en donde acabamos de ver como respuesta a la politica de Trump multitudinarias movilizaciones en sus principales ciudades.

Se plantea de manera acuciante avanzar en un reagrupamiento de los revolucionarios para aportar a la construcción de una internacional obrera revolucionaria, en base a los principios fundacionales de la IV Internacional.

A.B., 27/4/25

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