El 13 de septiembre Mahsa Amini, una joven kurda de 22 años, fue detenida por la «Policía de la Moral» iraní algunos dicen que por llevar mal colocado el velo islámico (hiyab) y otros porque llevaba pantalones muy ajustados. En el furgón de la policía fue golpeada violentamente, llegó casi inconsciente a un centro penitenciario y luego fue trasladada al hospital Kasra de Teherán, donde murió tres días después. La noticia de su muerte junto a la imagen de los padres de Amini llorando en el hospital se difundió rápidamente y desató una ola de indignación, que pronto se transformó en protestas callejeras.
Las protestas eran protagonizadas en un primer momento, casi exclusivamente por mujeres y se centraban en contra del uso obligatorio del hiyab, el que era quemado en público.
Pero a las protestas se fueron incorporando estudiantes, jóvenes trabajadores de los bazares (grandes comercios o mercados), el sindicato semilegal de docentes, confluyendo en manifestaciones de decenas de miles. También trabajadores industriales (petroleros, petroquímicos, siderúrgicos, del transporte y del complejo agroindustrial de caña de azúcar) se han unido a las protestas, declararon una serie de huelgas, aunque no coordinadas, porque -además de apoyar a las mujeres- también están hartos de la falta de alimentos, la inflación del 40%, los bajos salarios, obligados a tener dos o tres trabajos para sobrevivir, en un marco de alta desocupación causada en gran parte por las privatizaciones que, así como la eliminación de los subsidios a los alimentos y al combustible fueron algunas de las condiciones impuestas por el FMI al gobierno iraní a cambio de sus préstamos.
Durante el mes transcurrido desde que estalló, la revuelta de las mujeres se ha transformado en una rebelión general obrera y popular. Las consignas de «mujer, vida y libertad,» que se cantaban al principio, dieron lugar a las de ¡muerte al dictador!
Desde entonces, se han sucedido enfrentamientos casi constantes entre las fuerzas de seguridad y la juventud en todas las ciudades importantes. Según Human Rights, hasta el 15 de octubre, al menos 215 personas, incluidos 27 niños, fueron asesinados en las protestas. Y según la agencia estatal de noticias IRNA, más de 1.000 personas, incluidos periodistas, han sido arrestadas en todo Irán, pero se estima que el número real supera los 10 mil. Esto da una idea tanto de la magnitud de las protestas como de la represión.
En Irán, como en otros estados teocráticos regidos por el islam, las mujeres sufren una doble opresión mucho más acentuada que en otros países. En la mayoría de las familias, además de cumplir con las tareas del hogar, las mujeres tienen que trabajar “para afuera”, en trabajos temporales y peor pagados que los varones. Esto no es muy diferente a lo que ocurre en otros países “democráticos” y de cultura “occidental” y católica. Pero la opresión machista fundada en el respeto estricto a las leyes patriarcales de la Sharía, son cada vez más intolerables para las mujeres, sobre todo para las más jóvenes.
Durante su gobierno, Hasán Rouhani (2013 al 21), fue aflojando bastante los “controles” con respecto al hiyab. A partir de ese momento muchas mujeres se animaron a andar sin velo. Hasta que con la asunción Ebrahim Raisi (2021) se reimpusieron reglas estrictas sobre el hiyab, aparentemente para fortalecer el apoyo de los fundamentalistas al régimen encabezado por el líder supremo (ese es su título oficial) Ali Khamenei.
A pesar de los intentos del imperialismo yanki para utilizar las protestas como un ariete para introducir un régimen directamente favorable a sus intereses, y de la campaña mediática para posicionar al hijo del Sha Rezha Palevi como un pretendiente al poder liberal y democrático, utilizando el argumento que durante el reinado de su padre no se utilizaba el hiyab, los manifestantes rechazan esa maniobra y al régimen del Sha, cantando consignas como “¡Muerte al dictador, sea el Líder (en referencia a Khamenei), o el Sha!”.
Y contrariamente a lo que dicen el ayatolá Ali Khamenei y los defensores de su régimen, las protestas no están organizadas por los servicios de inteligencia del imperialismo ni de sus aliados reaccionarios de la región. Son espontáneas y legítimas. Las mujeres cansadas de opresión, junto con los jóvenes y los trabajadores hierven de indignación ante la evidente desigualdad social en la que, a una mayoría creciente de pobres se contrapone una minoría de capitalistas, los principales aliados del gobierno, que son cada vez más ricos, y los “amigos del poder” relacionados con los ayatollahs o con ministros y altos funcionarios. Muchos de estos ricos son hijos de ayatollahs de alto rango que hacen alarde en las redes sociales de sus extravagantes niveles de consumo de lujo y con ropa moderna posando junto a sus Ferrari’s.
Es justamente ese carácter espontáneo, y la falta de una dirección revolucionaria, hasta incluso la falta de alguna dirección centralizada, lo que permite que de todas maneras el imperialismo intente utilizarlas, pero esto ha ocurrido siempre que un movimiento se oponga a un gobierno que no sea su aliado directo.
Por supuesto que si EE-UU pudiera provocaría la caída del régimen de los ayatollahs y trataría de imponer uno afín a sus intereses, dado el claro alineamiento de Irán con Rusia y China. Sin embargo, esto no significa de ninguna manera que el régimen islámico sea una nación independiente del capital imperialista, ni menos todavía antiimperialista o progresivo en algún sentido. Por eso lo que está planteado en Irán, en donde los trabajadores y el pueblo se vienen desangrando en sucesivas huelgas, revueltas y levantamientos como en 2009 o 2019, es una lucha revolucionaria por el derrocamiento del régimen burgués teocrático reaccionario, para imponer un gobierno obrero y popular de ruptura con la burguesía.
Sin embargo, no está claro si la actual rebelión tiene la fuerza suficiente para transformarse en revolución. Para ello, en este estadio de la lucha debería plantearse la organización de comités de base, como fueron los “shoras” en la revolución de 1979, su centralización para organizar una huelga general y piquetes de autodefensa embriones de una milicia obrera. Tampoco conocemos que haya partidos obreros revolucionarios que estén en condiciones de dirigir ese proceso.
Algunos ayatollahs aconsejan buscar una salida haciendo algunas concesiones. A Khamenei le cuesta apelar a una reforma que deje de lado el rigor en el uso del hiyab sin que se vea debilitado su poder “moral”. Como en cualquier otro país, el líder supremo, que cumple funciones de “Bonaparte”, puede combinar la represión con un cambio de gobierno y hacer algunas concesiones superficiales.
Cuando estamos terminando de escribir esta nota el régimen ha otorgado un aumento del 20% a la policía para que reprima más duro y mejor. Lo que parece claro es que, aunque se logre aplacar este movimiento al gobierno no le va a resultar fácil imponer una derrota contundente, que le dé un respiro por mucho tiempo. La grave situación económica seguramente dará lugar a nuevas protestas.
Pero una y otra vez comprobamos que la crisis de los trabajadores y el pueblo se reduce a la crisis de su dirección revolucionaria. Y con el capitalismo imperialista llevando a una catástrofe de enormes proporciones, el futuro de la humanidad depende de que, a partir de nuestra intervención en el desarrollo de las luchas y levantamientos prerrevolucionarios, y del reagrupamiento de los revolucionarios, los trotskistas podamos resolver esa crisis.
Comité de Enlace Internacional, 1/11/22