La muerte de un revolucionario resulta siempre paradójica. En su esencia quien —como Recabarren— consumió su existencia en las llamas de la lucha de clases pareciera preparado trágicamente, altocontrastado, sobre el abrupto final de la existencia. Porque todo revolucionario pareciera estar dispuesto a morir en combate, porque abrazar la muerte —teleológicamente— resulta la natural consecuencia de la desmesura, la soberbia y la arrogancia de quien se ha dispuesto a desafiar el orden establecido. Esta insolencia era llamada hybris por los griegos, con ella se señalaba la rebeldía frente a los Dioses, castigada siempre como ocurrió con Ícaro o Prometeo. Así también ocurrió con nuestro Recabarren.
Luis Emilio Recabarren es el marxista y revolucionario chileno más prominente de nuestra historia. Muy pocos —un puñado— en el mundo, han alcanzado la altura de este formidable cuadro de la clase trabajadora. Su infatigable lucha por organizar políticamente a los obreros dejó en Chile, en la Argentina y Uruguay, una huella indeleble.
Porque su lucha cubrió todo el ancho camino de la acción y la teoría revolucionarias. El muchacho antibalmacedista, playanchino e hijo de comerciantes, fue capaz de extraer de la experiencia de la Guerra Civil de 1891 las conclusiones que, la impotencia de la burguesía para resolver el conflicto social impusieron, en los hechos, a la mayoría explotada.
Alistado militarmente en las fuerzas del Congreso, el aventurero de 14 años pudo comprender cómo la brutalidad de la guerra era una manifestación superior del régimen de explotación capitalista que sumía a la inconmensurable mayoría de la población al atraso monstruoso, al hambre y la miseria. Aunque no hay registro escrito de esta experiencia y tampoco entró en combate, es muy probable que el joven Luis Emilio, sacudido por la brutalidad de la guerra civil se haya jurado a sí mismo salir a luchar para acabar con el orden social que esperpénticamente se convulsionaba en la igualmente joven república chilena.
En efecto, el resto de su vida se dedicaría —ahora sí— a salir al combate. Su militancia en el Partido Democrático, una organización liberal burguesa, contenía en su seno el germen de la organización de la clase trabajadora. El lento e indomable ascenso de los trabajadores a fines del siglo XIX y los albores del XX, fue el caldo de cultivo para la forja de una vanguardia que en el mundo entero se alzó y alcanzó su más alta expresión la lejana Rusia de los soviets de Lenin y Trotsky.
En este proceso, contribuyendo a la organización sindical, la apertura de periódicos obreros y la agitación de las reivindicaciones populares, finalmente nace el Partido Obrero Socialista en 1912, la primera organización revolucionaria de la clase obrera chilena. Participando vigorosamente en la lucha parlamentaria con la finalidad de derribar el régimen, Recabarren hubo de terminar en la cárcel y el exilio ya en 1907 cuando viaja por primera vez a Buenos Aires y de ahí a Europa, donde conoce a Luxemburgo, Liebcknecht y a los principales dirigentes del ala revolucionaria de la II Internacional.
El 11 de octubre de 1908, asiste a una reunión del Buró de la Internacional Socialista en Bruselas, Bélgica. En esa oportunidad, con el voto de Lenin, se acepta el ingreso del Partido Socialdemócrata Chileno, el Partido Democrático Doctrinario, que Recabarren había ayudado a fundar justo antes de su exilio.
A su regreso clandestino a Chile, prosigue su labor política y se va formando como un cuadro revolucionario. Esta etapa de su vida es más conocida, pero también es la más «recortada» por la historiografía estalinista y liberal. Desde Ramírez Necoechea hasta Gabriel Salazar, Recabarren es presentado como un «ciudadano sindicalista» ocultando toda referencia a la vocación revolucionaria que lo definía. Porque si alguna definición puede hacerse de Recabarren es la de un dirigente que batalló incansablemente por sostener una concepción insurreccional de la revolución que llevase a la clase trabajadora al poder, expropiando la burguesía y destruyendo su Estado.
Varias veces parlamentario, Recabarren en 1921 sostuvo, contra toda concepción reformista que «De la Cámara burguesa jamás saldrá una ley que determine la verdadera libertad, ni el verdadero bienestar y felicidad popular. Jamás… La burguesía legisladora y gobernante, jamás, en ningún pueblo de la tierra ha producido la libertad y felicidad popular… Necesita el pueblo, para su felicidad, de la reconstrucción total de la organización del estado, y esa reconstrucción, no la puede hacer un parlamento de capitalistas. Es sólo el pueblo la única fuerza capaz de esa reconstrucción»
Recabarren no solo impulsa la construcción de la Internacional Comunista, sino que promueve la transformación del POS en el Partido Comunista de Chile, organización que nace como una organización obrera revolucionaria. Así es como en octubre de 1922 concurre al cuarto congreso de la Tercera Internacional.
Su concepción sobre el Estado, la revolución y el papel de la violencia han cambiado con su conocimiento de la revolución rusa. Escribe más sobre esto en un breve texto que tituló La dictadura preferible: «La realidad marcha hacia las dictaduras. Es el caso de escoger entre la dictadura obrera y burguesa. La dictadura burguesa ya la conocemos es el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. La dictadura obrera, es la fuerza que destruye el hambre, la opresión, la ignorancia y la mordaza perpetua. Es decir, hablando más claro, la dictadura obrera es la que destruye la dictadura burguesa que tantos siglos hemos sufrido… La dictadura burguesa favorece toda clase de explotación y de vicios que envilecen. La dictadura obrera destruye la explotación y la fuente de todos los vicios. Prefiero, pues, la dictadura obrera»
Sin embargo, la derrota de la revolución alemana en 1923, el agotamiento y aislamiento de la URSS, la muerte de Lenin y el creciente poder de la burocracia del naciente Estado obrero soviético, golpearon de conjunto a las fuerzas de la Internacional Comunista. Era notorio que el largo ciclo virtuoso de ascenso del movimiento obrero, iniciado con la revolución de 1905 en Rusia, tocaba su fin. Notas disonantes hablaban de un cambio de ciclo que muy pocos pudieron superar. Recabarren aparentemente no pudo, su salud no lo acompañó y resultaba muy difícil que pudiese hacerse cargo de las tareas que de seguro se preveían en este cambio de rumbo de la revolución. Recabarren, el hombre, sintió que su voluntad no era suficiente. Así lo refleja en esta breve nota que es considerada su despedida.
“El espíritu mío ha tendido siempre a concepciones muy elevadas de lo que debiera ser la Vida. Nunca encontré en el camino de mi existencia los elementos, inmediatos, para alcanzar la realización de este anhelo. Y al llegar a esta avanzada edad de mi … existencia siempre convulsionada por una multitud de acontecimientos, de hechos, de accidentes, de incidentes, que en la mayor parte de los casos han amargado mi vida, y dolorido mi existencia, alcanzando sólo en suma más dolores que anhelos realizados, más sinsabores que actos agradables. ¿Para qué sirve esta parte de la vida? Es decir: ¿Para qué sirve para mí que después de haberla vivido un largo período humano, (48 años), durante los cuales he luchado por alcanzar la satisfacción de los apetitos de mi Naturaleza, sin conseguirlo, llego a este momento, no diré cansado, pues, creo no haberme cansado todavía, pero llego como expreso aquí sin sentirme con voluntad para continuar buscando lo que hasta la fecha no he encontrado. Por eso me voy a vivir la vida eterna por el camino más fácil”.
El Informe de la Comisión Investigadora de la FOCH y del Partido Comunista, resulta inequívoco en orden a excluir en el hecho la participación de terceros. Sus más cercanos, entre ellos su compañera Teresa Flores —destacada dirigente comunista— coincidieron en respaldar tales conclusiones. Los funerales de Recabarren conformaron una fervorosa y multitudinaria expresión de cariño por el dirigente, rubricando su prodigiosa existencia. El curso de la revolución en Chile no se apartaría de aquello que vivieron los trabajadores en América Latina y Europa, marcados por la burocratización de la URSS, los Frentes Populares y el ascenso del fascismo.
En Chile, la camarilla burocrática encabezada por Elías Lafferte y sostenida por el Buró Latinoamericano de la Internacional Comunista, se encargaría de desmontar la organización construida por la conducción de Recabarren, estalinizándola y mutándola en una repetidora de los intereses de la burocracia de Stalin. La Coexistencia Pacífica, el Socialismo en un Solo País que caracterizarán el aberrante «programa» estalinista tuvieron como resultado que el Partido Comunista de Chile se orientara hacia una política de colaboración de clases expresada en los Frentes Populares. La ilegalización —que duraría una década— del Partido Comunista por el Gobierno de Gabriel González Videla, a través de la llamada Ley Maldita abrió espacio no solo a la represión sobre el PC, sino que tuvo como consecuencia la implantación de los primeros Campos de Concentración, con su huella de tortura, terror y muerte. Fue una derrota inferida al movimiento obrero y al mismo tiempo una palmaria demostración del carácter contrarrevolucionario de la política de Frente Popular en América Latina. Tal concepción legalista e institucional, sirvió de cimiento más tarde a la llamada Vía Chilena al Socialismo y a la Unidad Popular de Salvador Allende, cuyas desastrosas consecuencias para la revolución chilena importaron la derrota histórica del 11 de septiembre de 1973.
Que al día de hoy el Partido Comunista integre la alianza de un gobierno reaccionario, antipopular y represivo como el de Gabriel Boric, no es el simple resultado de maniobras de camarillas de última hora. Ni Carmona ni Vallejo han inventado la pólvora en materia de colaboración de clases. Son en realidad la expresión terminal de la destrucción del Partido Comunista de Chile en tanto organización de la clase trabajadora chilena. Esta «idea» de ubicar el orden y la represión como un «derecho fundamental habilitante», no solo opera como taparrabos para legitimar la brutal política represiva expresada en la ocupación militar del Wallmapu y una frondosa legislación represiva y contrainsurgente, sino que expresa vivamente la transformación del Partido Comunista en una organización de la burguesía.
Paradojas de la historia, los numerosos sepultureros de la revolución chilena terminaron por conformar un marco político muy parecido a aquél que caracterizó los inicios de la vida de Recabarren: un régimen político de pacto represivo oligárquico cuyas únicas expresiones políticas son las de la clase patronal. Ayer la burguesía se escindía parlamentariamente entre liberales y conservadores, hoy día ese pacto lo expresan las fuerzas parlamentarias de la Derecha y la Centroizquierda. Tales pactos contrarrevolucionarios pretendieron sellar la suerte de la revolución e impedir futuros levantamientos populares. La vehemencia con que tales pactos se congratulan como «avances civilizatorios» superadores definitivos del conflicto social, está en directa relación a su propia precariedad política.
La muerte de Recabarren subrayó una profunda inflexión de la lucha revolucionaria tal y como venía desarrollándose en Chile y el mundo. Recabarren militó en las filas de la última vanguardia obrera gestada en la Comuna de París y coronada con la gloriosa Revolución Rusa. La muerte de Recabarren marcó el fin de un ciclo. Un siglo después, la muerte del Partido Comunista en tanto organización obrera, devenido hoy en organización patronal, marca igualmente el fin de otro largo ciclo en el movimiento obrero chileno. Está en nuestras manos enarbolar los rojos estandartes de la revolución obrera y transformarlos en partido y en programa.
Las ciegas e implacables leyes de la historia han puesto a cada cual en el lugar que corresponde. Muy pronto el calendario electoral revivirá el miserable discurso posibilista. Nos llamarán a la «política real» invitándonos alarmados a impedir que vuelva la Derecha pinochetista y por lo mismo a apoyar alguna candidatura «progresista» con la misma penosa cantinela con que han venido justificando el apoyo desde Aylwin hasta Boric. Con idénticas políticas, se sabe de antemano cuál será su resultado. Resuenan con mayor intensidad y actualidad las palabras de Recabarren reivindicando la dictadura del proletariado, la lucha insurreccional, la expropiación de la burguesía y la instauración de un gobierno obrero asentado en los órganos asamblearios de los trabajadores. Alguien dijo que la historia no se repite, por cierto, pero rima. Nos preguntamos en el título de esta nota por el significado de la muerte de Recabarren y nuevamente las paradojas nos asaltan. Recabarren no ha muerto, vive en cada barricada, en cada gesto insurgente del pueblo explotado. Recabarren no ha muerto compañeros, Recabarren vuelve. ¡¡Viva Recabarren!!, ¡¡Viva la clase trabajadora y la revolución!!
Gustavo Burgos, 20/12/24
Editor de la revista digital El Porteño de Valparaíso